Bajo tierra seca by César Pérez Gellida

Bajo tierra seca by César Pérez Gellida

autor:César Pérez Gellida [Pérez Gellida, César]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2024-02-07T00:00:00+00:00


* * *

A Ramón Acevedo cada vez le cuesta más subir las escaleras que llevan a su despacho. Su médico de cabecera, que le visita cada quince días, insiste en que debe perder peso y le ha advertido que, a su edad, los excesos —una forma velada de referirse al brandy y a los habanos— son el mejor atajo hacia el cementerio. Si no fuera porque su reputación le precede y porque le lleva tratando casi veinte años, ya le abría aplastado la cabeza con un adoquín. No, mejor se lo habría encargado a su sobrino Aurelio, a quien considera un idiota redomado, pero un idiota bastante útil. De hecho, de todos los hombres a los que paga por protegerle y por cumplir con determinadas tareas, es el único en el que confía a ciegas. Es testarudo como una mula —igual que lo era su madre—, y por herencia paterna arrastra, como buen perro que era, la lealtad incondicional. Por eso es Aurelio quien le sigue a todas partes, incluso cuando se mueve por dentro del cortijo, que nunca se sabe quién podría estar acechando oculto entre las sombras. Se fía más de él que de sus dos hijos varones, quienes se dedican a ver la vida pasar, o, mejor dicho, a disfrutar de la vida que les ha proporcionado su padre. Culpa suya. Desde que falleció su esposa hace ya once años jamás ha tenido tiempo para meter en vereda a esos dos haraganes, a los que, por suerte, ya no tiene que ver a diario, dado que ambos pusieron tierra de por medio en cuanto tuvieron la oportunidad. Mejor, que cuanta menos harina tenga que transportar, más vive el buey. Quizá por ello se ha volcado tanto en Aurelio, un chico sencillo pero leal, duro como una roca, en el que en ocasiones se ha visto reflejado cuando tenía su edad. Si no fuera por la falta de luces y ambición ya le estaría preparando para heredar su imperio, cuyas fronteras, si nada se tuerce, está a punto de ampliar.

Fatigado, Ramón Acevedo alcanza su destino. Con la mano en el pomo de la puerta, aguarda unos segundos hasta recuperar el resuello y se vuelve para dirigirse a su sobrino.

—Tengo que revisar unos papeles. Aprovecha para hacer tus cosas —le dice.

—¿Puedo preguntarle algo, tío?

Aurelio tiene un tono de voz muy grave, de interior de caverna, pero pronuncia como si la lengua no le cupiera del todo en la cavidad bucal.

—¿Cuántas veces te he dicho que no me llames tío?

—Sí, perdón. Es que al no haber nadie delante…

—Acostúmbrate, jodido melón. Pero, sobre todo, ¿cuántas veces te he dicho que cuando quieras preguntarme algo lo hagas sin más?

—Tiene razón, tío. Uy, perdón —se disculpa llevándose la mano a la boca. Tarde.

Ramón Acevedo niega con la cabeza.

—Pregúntame lo que quieras de una maldita vez.

—¿Por qué no me ha encargado a mí lo del capataz y lo de la dentadura? Yo no le he fallado nunca, y ese Patricio se está haciendo muy mayor, me parece a mí.



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